Japón regresa al museo nacional de México

Las carpas, cuando van a desovar, nadan contra la corriente hasta encontrar el sitio idóneo. El esfuerzo de este pez es considerado en la cultura japonesa como ejemplo de perseverancia, uno de los valores que este pueblo ha puesto en práctica para sobreponerse a las calamidades y catástrofes que ha vivido, destacó la antropóloga Silvia Seligson, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

Ese espíritu de persistencia y disciplina que identifica a esta milenaria civilización se puede apreciar en la renovada Sala Japón. La tierra del Sol Naciente, del Museo Nacional de las Culturas, que se abrirá al público este 4 de agosto. El espacio alberga 120 piezas —de las cuales una tercera parte son réplicas de obras consideradas en Japón tesoros nacionales— que conjugan la estética y el minimalismo característicos de esta cultura.

Durante un recorrido con medios de comunicación por el núcleo dedicado a este ancestral pueblo, la curadora resaltó que en su segunda renovación (la primera se realizó en 1989), la sala cuenta con un discurso temático que está dividido en cuatro secciones: Concepción de la muerte: ritos funerarios, Influencia de la cultura china, Creencias y costumbres tradicionales, y Aportaciones.

La investigadora, quien fue la encargada de realizar la primera actualización del espacio hace 27 años, explicó que, de acuerdo con las creencias tradicionales, al morir, el alma deja el cuerpo y se marcha al País de la Sombra, lugar del cual es liberada mediante rituales realizados por sus familiares. Dichas prácticas mortuorias son abordadas en el primer núcleo temático Concepción de la muerte: ritos funerarios.

Seligson detalló que durante los periodos Jomon y Yayoi (aproximadamente 10000 a.C. – 250 d.C.), los enterramientos se realizaban en urnas de barro depositadas en fosas de tierra. Posteriormente, se crearon los primeros montículos funerarios, en el periodo Kofun (siglos III-VI d.C), para los líderes religiosos y políticos; estás prácticas concluyeron en el siglo VIII, con la introducción del budismo y la cremación.

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En esta sección destacan las vasijas funerarias de arcilla, réplicas de las elaboradas en el periodo Jomon (10000 a.C. a 250 a.C.), que presentan motivos ornamentales de cordones o jomon, además de figuras de formas femeninas estilizadas y voluminosas, posiblemente de alguna deidad de la tierra y la fertilidad. Mención aparte tienen las haniwa (periodo Kofun, siglos III-VI d.C.), figuras huecas de arcilla de tipo antropomorfo con una casa en miniatura en la parte superior que, según su cosmovisión, era donde residía el espíritu del fallecido.

En Influencia de la cultura china, segundo apartado, se aborda el florecimiento de los centros de poder y cultura. Al no tener escritura propia, Japón adoptó la china; más tarde, durante el periodo Heian (794 – 1185 d.C.), desarrolló un alfabeto complementario con el que floreció una distintiva cultura llamada clásica, cuyo signo más evidente fue la creación de dos nuevos silabarios o kana.

La investigadora del INAH explicó que entre los siglos VI y VIII, correspondientes a los periodos Asuka y Nara, Japón instauró un sistema centralizado similar al del gobierno imperial chino; a partir de entonces, las etapas históricas tomaron el nombre de la ciudad sede del poder. También instituyó el budismo, originario de la India y proveniente de China a través de Corea, como religión oficial; se erigieron numerosos templos, monasterios y esculturas, e incorporaron ceremonias budistas en la música y danza de la corte.

En este núcleo se puede observar un óleo titulado Bugaku, danzas rituales, de Seiji Ito (1968), pintura contemporánea basada en este género de música y danza de origen chino, que se representa en ritos de consagración en templos budistas y en ceremonias dedicadas al emperador y a las deidades.

También sobresale la influencia del budismo zen, originario de la India que llegó al país del Sol Naciente a través de China y Corea, en actividades cotidianas como la ceremonia del té, en las artes como el teatro Noh y la pintura monocroma, así como en la concepción de los samurái o “servidores”, guerreros que se regían por un código de comportamiento basado en valores del confucianismo, de creencias nativas y del zen, que enfatizaban la austeridad, autodisciplina y meditación.

La antropóloga Seligson destacó que entre las piezas originales con las que cuenta el museo y que podrán ser apreciadas, está una armadura de samurái que data del siglo XVIII, compuesta por láminas de hierro laqueadas, unidas por cordones de seda, un casco y una mascarilla de aspecto feroz que servía para infundir respeto y temor, así como algunos sables que datan del XIX.

 

La ceremonia del té, que surgió de la costumbre de los monjes budistas zen de beberlo durante sus largas horas de meditación, cuenta con algunos objetos empleados en este ritual, como son los utensilios o cha dogu, entre los que destacan un mizusashi (recipiente para agua); hishaku (cucharón de bambú), chawan (tazón para té); natsume (pequeña caja para guardar el té verde matcha) y tetsubin (tetera de hierro fundido), entre otros.

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Las Creencias y costumbres tradicionales, título de la tercera sección, son ejemplificadas con el shinto, religión nativa en la que se venera a los ancestros, a seres mitológicos e históricos y a los fenómenos naturales; los kami son sus deidades e incluyen a una amplia gama de seres sagrados, animados e inanimados con poderes extraordinarios.

La ceremonia nupcial tradicional es shintoista, cuyo principal rito es el brindis denominado san-san- kudo, que significa “tres veces tres intercambios de cuencos”. Se exhibe una réplica de un atuendo tradicional de la novia que consta de varios kimonos, como el shiromuku, elaborado en seda con diferentes tonos de blanco, color relacionado con la pureza, elegancia y nuevo inicio; irouchikake o sobretodo, bordado con hilos de seda rojos y dorados, símbolos de felicidad, y ornamentado con motivos de grullas, emblemas de larga vida.

“También se abordan ejemplos de festivales tradicionales como el tango no sekku, día de los niños, que se festeja el 5 de mayo con la finalidad de transmitir el ejemplar comportamiento del samurái a los infantes, quienes a los cinco años de edad recibían de su padre el sable que usarían a partir de los 15. Se muestra un altar integrado por un muñeco que representa al guerrero, así como objetos relacionados con sus hazañas; lo acompañan ofrendas de arroz y carpas de tela, símbolos de perseverancia y éxito”, comentó Seligson.

En la última unidad temática, titulada Aportaciones, se abordan las contribuciones importantes de la cultura japonesa, entre ellas el trabajo de la laca, arte creativo y distintivo que surgió a partir de la introducción de piezas de origen chino en el siglo VII; se mostrará su influencia en piezas de laca mexicana.

Otros aportes destacados son los biombos, que florecieron en el periodo Edo (1603-1856), y las xilografías o estampas conocidas como ukiyo-e, que surgieron a mediados del siglo XVII e ilustraban tres temas: Bijinga (bellas mujeres, cortesanas o geishas), personajes del teatro kabuki, y fuzoku o fukei-ga (escenas de la vida cotidiana y famosos paisajes).

Desde su apertura, en 1965, el Museo Nacional de las Culturas cuenta con una sala permanente dedicada a Japón, en ese momento fue curada y montada por la especialista Yoshiko Shirata Kato. En 1989, la antropóloga Silvia Seligson se encargó de actualizarla; de 2009 a la fecha, dentro del proyecto de renovación, tanto arquitectónica como museográfica de las salas permanentes del museo, la especialista aportó una nueva concepción a la Sala de Japón.

 

El Museo Nacional de las Culturas se ubica en calle Moneda 13, Centro Histórico de la Ciudad de México. Horario: martes a domingo, de 10:00 a 17:00 horas. La entrada es gratuita.

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