“la muerte es parte de la vida”, dice el mensaje dominical del Obispo Pedro Pablo Elizondo

Queridos hermanos y hermanas:

  1. Ante la muerte, todos callan. Nadie sabe decir algo con verdadero sentido. La muerte es un misterio. Por eso callan los médicos, callan los filósofos, callan los psicólogos. Y los que se atreven a decir algo no nos convencen: “la muerte es parte de la vida”, “la muerte es algo natural”. Y es que todos llevamos sembrado en el corazón el deseo de una vida que no se acabe. Ante la muerte todos callan. Sólo Cristo tiene una palabra convincente y poderosa. Sus palabras son espíritu y son vida. Ante el dolor desgarrador de aquella pobre viuda de Naím que acompaña el féretro de su único hijo muerto cuando lo llevan a enterrar, Cristo se compadece profundamente. Pero no sólo se compadeció de ella como todos sus amigos y conocidos que intentaban consolarla. Cristo la consoló acercándose a ella, tal vez abrazándola y diciéndole “no llores”. Pero hizo algo más. Se acercó al ataúd y dijo al joven: “Joven, yo te lo mando, levántate” Y se lo entregó vivo a su madre. Sólo Cristo tiene palabras que vencen la muerte.

 

  1. Ante la pregunta frente al misterio de la muerte algunos responden que la muerte es parte de la vida y otros dicen que hay un alma inmortal, otros hablan de la reencarnación. Ante la pérdida dolorosa de su único hijo, aquella viuda de Naím recibió la respuesta a su dolor. Sólo Jesús tiene la respuesta. Sólo Jesús es la respuesta: “Yo soy la resurrección y la vida, el que crea en mí no morirá para siempre”. Sólo Cristo ha resucitado de entre los muertos. Sólo Cristo hace que los muertos resuciten. Sólo Él puede consolarnos en nuestras penas más profundas. Sólo Él puede sanar nuestro corazón desgarrado y decepcionado. Sólo Él puede sanar e iluminar nuestra mente confundida y envuelta en tinieblas. Sólo Él puede acompañarnos y consolarnos en esos momentos de tristeza y desesperanza. Sólo Él puede decirnos “No llores” y devolver la paz, la alegría y la vida a nuestro corazón atribulado. Sólo Él puede curar las enfermedades más profundas de nuestra alma y de nuestro cuerpo.

 

  1. Si creemos en Él, resucitaremos con Él. Si sufrimos con Él, viviremos con Él. Si morimos con Él, reinaremos como Él. Para eso vino Jesús al mundo, para darnos vida eterna y abrirnos las puertas del cielo. Pero también nos invita a seguir su ejemplo y compadecernos de las penas de nuestros hermanos y saberlos consolar. No sólo compadecernos sino acercarnos más a su dolor y hacer algo por ellos. En este año de la misericordia tenemos que aprender a ser misericordiosos como el Padre. Vencer la indiferencia frente al dolor y dejar que se nos desgarre la dureza de corazón. Vencer el sentimentalismo y no contentarnos con decir “Ay pobrecito, que Dios te ayude”. Es el tiempo de la misericordia, es el tiempo para practicar las obras de misericordia.

obispo pedro pablo

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