La Misericordia el mejor camino para encontrar felicidad

1. Ricardo era un delincuente, que después de muchos delitos y fechorías contrajo la enfermedad del Sida y vino a caer a la Ciudad de la Alegría con los enfermos terminales. Las hermanas me invitaron a confesarlo, pues ya estaba muy próxima su muerte. Él decía que precisamente porque Dios era muy bueno y misericordioso, no tenía que ver con él que era muy malo y rabioso. Solamente el amor y la ternura inagotables de las hermanas religiosas lograron abrirle el corazón a la misericordia de Dios. Pasó ocho días y ocho noches llorando de alegría de rodillas frente al Santísimo antes de morir. Ricardo fue tocado por Dios en su corazón y no pudo contener la explosión de los sentimientos de alegría y gratitud en su corazón.

2. Cuando la pecadora del evangelio sintió el perdón y misericordia de Dios, no pudo contener los reclamos de su corazón. Cogió un frasco de perfume, se metió a la casa del fariseo y se puso atrás del liban de Jesús. Tenía que lavar sus pies con sus lágrimas, besarlos con sus labios y secarlos con su cabellera. Se le perdonó mucho y tenía que amar mucho. Ante esta conmovedora escena, tenemos dos actitudes: Jesús encarna la bondad y la ternura infinita de Dios, el fariseo encarna la dureza del juicio del corazón humano. Jesús encarna el perdón y la misericordia de Dios, el fariseo encarna el juicio “in misericorde” de los hombres. Jesús encarna la comprensión y la compasión de Dios, el fariseo encarna la dura crítica y el prejuicio de los hombres. Jesús se fija en lo más profundo de cada persona, el fariseo se queda en las apariencias. Jesús le da la paz y la salvación, el fariseo le da la condenación.

3. ¿Hemos experimentado ya profundamente la misericordia de Dios en este año de la misericordia?, ¿hemos atravesado la Puerta Santa de la misericordia?, ¿hemos hecho una buena confesión y ganado la indulgencia plenaria? no dejemos que pase el tiempo y se termine el año de gracia sin experimentar la infinita misericordia de Dios. Aprendamos a recibir la misericordia de Dios con un corazón abierto y sincero.

Pidámosle al Señor un corazón manso y humilde que no juzgue por apariencias y que no se deje llevar por las pasiones desordenadas. Dios ve los corazones sinceros y contritos y los unge con el ungüento de la misericordia, los llena de paz y los llena de amor. Pidámosle a Dios para que en ese Año de la Misericordia tengamos un corazón como el de Jesucristo: más manso, más bondadoso, más compresivo y más misericordioso. Así sea.

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