1. Ocho días después de la resurrección de Jesucristo, los apóstoles están en el Cenáculo, donde se habían reunido con Cristo, pero Él ya no está, al igual que Judas y Tomás. Están todos tristes y deprimidos como cuando ha muerto un gran amigo al que todos querían entrañablemente. De repente ese gran amigo aparece en medio de ellos y les dice: “La paz esté con ustedes” y todos se llenan de alegría, no se la creen pero están felices.
2. Jesucristo resucitó para estar con nosotros, en medio de nosotros. Donde dos o tres están reunidos en su nombre, Él está con ellos. Cristo resucitó para estar con cada uno de nosotros y llenarnos de paz. Cuando Dios está con nosotros hay paz. Nuestro corazón está hecho para descansar en Dios y si Él no está, nuestro corazón se pone inquieto y sin descanso. Por eso Cristo quiere estar con nosotros para que tengamos paz y alegría en nuestro corazón.
3. También Jesús sopló sobre sus apóstoles y les dijo: “reciban el Espíritu Santo, a quien les perdonen los pecados, les quedarán perdonados”. Hay que pedirle perdón a Dios siempre que hemos fallado. Él no se cansa de perdonarnos, lo hace siempre con muchísimo gusto y con todo el amor de su corazón que derrama misericordia.
4. El Señor de la Misericordia ahí está, en su imagen tan hermosa y quien se apareció a Sor Faustina, para decirnos: “aquí están todos los torrentes de mi misericordia”. Nos perdona todos nuestros pecados, basta que tengamos fe. Él nos da la misión para que nosotros compartamos nuestra fe. Seamos hombres y mujeres de fe y digamos como Santo Tomás: “Señor mío y Dios mío” y reconozcámoslo como salvador nuestro. Así sea.